Al menos tres años…

¿Pueden creer este dato? Según datos vivenciales, muchas personas se refieren a cinco, siete, o hasta diez años años, pero la ciencia demuestra que al menos son tres años para que un cerebro recupere por completo la materia gris (Roberto et al., 2010; Wagner et al., 2005; Chui et al., 2008). Ahora, según datos anecdóticos, el cerebro debe estar en esta rehabilitación nutricional por al menos unos dos años más para asegurar una recuperación completa (mientras más tiempo pase, menos probabilidades de una recaída).

Así de nefasto es el efecto de la desnutrición en el cerebro. Claramente, un cerebro con disminución de masa gris se puede evidenciar en una persona a través de distintos signos: irracionalidad, ánimo deprimido, obsesividad, ansiedad, etc. Y eso, entre otras cosas, es justamente lo que vemos en las personas con anorexia y otros trastornos alimentarios. Un cerebro desnutrido es un cerebro dañado estructuralmente.

Es por esto que el énfasis primario en los trastornos alimentarios es la rehabilitación nutricional. No podemos esperar que un cerebro dañado responda con lucidez y una introspección satisfactoria. Primero, comida como medicina. Luego, todo lo demás.

¡Fuera los viejos paradigmas!

Mientras las personas (los afectados y sus familias) y profesionales sigan creyendo ideas obsoletas como la que el trauma causa la anorexia, no podremos avanzar en el tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria.

Estoy haciendo un curso de Family Based Treatment, y la verdad es que cuando uno mira la historia de “investigación” (claramente, poco aferrada a la evidencia) de la anorexia, nos encontramos con un puñado de médicos y psiquiatras que perpetuaron las ideas más dañinas con respecto a este trastorno. Permítanme dejarles una de estas tantas joyas:

“𝘓𝘢 𝘱𝘰𝘴𝘪𝘤𝘪ó𝘯 𝘦𝘷𝘪𝘵𝘢𝘵𝘪𝘷𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘢𝘯𝘰𝘳𝘦𝘹𝘪𝘢 𝘯𝘦𝘳𝘷𝘪𝘰𝘴𝘢, 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰, 𝘦𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘱𝘴𝘪𝘤𝘰𝘴𝘰𝘮á𝘵𝘪𝘤𝘢, 𝘦𝘯𝘳𝘢𝘪𝘻𝘢𝘥𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘱𝘢𝘤𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘪𝘭𝘢𝘨𝘳𝘰𝘴𝘢 𝘺 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 ú𝘯𝘪𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘳𝘦𝘷𝘦𝘳𝘵𝘪𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘤𝘦𝘴𝘰 𝘱𝘶𝘣𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘺, 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰, 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘴𝘶𝘴 𝘪𝘮𝘱𝘢𝘤𝘵𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘢𝘭𝘦𝘴 𝘺 𝘱𝘴𝘪𝘤𝘰𝘭ó𝘨𝘪𝘤𝘰𝘴” Arthur Crisp, psiquiatra británico.

Si lo pudimos hacer con los trastornos del espectro autista (“madres refrigerador”) y con la esquizofrenia (adivinen: nuevamente debido a una madre disfuncional en su rol), ¿cómo no lo vamos a poder hacer con los trastornos de la conducta alimentaria?

Gracias a estudios científicos que se comenzaron a realizar en los años 80, la idea de que las familias generaban la anorexia se ha ido al tacho. El problema es que, por algún motivo, la mayor parte de los profesionales de la salud mental 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚𝙣 𝙞𝙙𝙚𝙖 de esto. Sinceramente, me indigna. Pero mi opción es esta: EDUCAR, EDUCAR, EDUCAR, todo a través de la evidencia.

Pronto subiré más estudios que aporten a la desmitificación de la anorexia (ya hay varios que demuestran sus bases biológicas). No duden en acceder a éstas, y a escribirme frente a cualquier duda. Y, por sobre todo, COMPARTAN ESTA INFORMACIÓN!!

Natalie